Skip to main content
CarritoClose Cart

Sergio Larraín es un estimulante ejemplo del tópico de genio loco o, en todo caso, de alguien tan talentoso como errático, alguien que sin proponérselo hizo historia y se volvió un ícono de la fotografía chilena, latinoamericana e internacional.

Adentrarnos en la figura de Sergio Larraín es descubrir una mente sorprendente, una vida insólita de un hombre empático y con una mítica alma de artista incomprendido, y aún hoy, infravalorado.

Si hasta el gigante Josef Koudelka hizo todo lo posible para rescatar su legado e incluso Henri Cartier-Bresson admiraba su obra y le invitó directamente a ser parte de la legendaria agencia Magnum ¿qué más se puede decir? De esta manera el chileno fue el primero de su nacionalidad en entrar en tal agrupación, y el primer y único latinoamericano en su momento.

Este es Sergio Larraín, pintor, poeta, escritor, apasionado de la música y culturas orientales… Y, sobre todo, por supuesto, un fotógrafo maravilloso, creador de una fotografía espontánea, intimista e infantil, de alma etérea y mítica.

Es en mi interior que busco las fotografías cuando con el rectángulo (la cámara) en la mano paseo la vista por fuera.

Biografía de Sergio Larraín

Perfeccionismo y religión

 

Sergio Larraín Echenique nació el 5 de noviembre de 1931 en Santiago, Chile. Su familia era de clase alta y su infancia transcurrió sin ningún contratiempo. El único chico entre sus tres hermanas hasta que en su adolescencia llegó otro miembro a la familia, un niño llamado Santiago.

Su padre era el reputado arquitecto Sergio Larraín García-Moreno y a partir de su pubertad la relación entre ambos se empieza a resentir.

El pequeño Larraín, cariñosamente llamado Queco a lo largo de su vida (y así nos vamos a referir a él varias veces en este post), sentía miedo y frustración de su padre debido a un aparente perfeccionismo que le exigía.

Su primer sueño fue ser sacerdote, pero luego estudió ingeniería y música entre 1949 y 1953 en Estados Unidos, algo que abandonó al poco tiempo de descubrir la pasión por la que le conocemos, con la que llevaba relacionándose desde 1949.

Llegando a sus 20 años sucede una gran tragedia para él y su familia: su hermanito Santiago había muerto en un accidente.

En consecuencia, su madre se deprimió mucho y buscó refugio en la religión. Su padre, mientras, llevó a todos a un extendido viaje por Europa y Medio Oriente, recorriendo Egipto, Grecia, Reino Unido e Italia, meses en los que Larraín aprovechó para tomar fotos de los lugares y la familia.

Y se nota desde el primer momento una preocupación estética y una expresión artística que evidenciaba su propio estado de ánimo.

Además, pronto el Queco encontró un libro de su padre con las fotos de…

Así es, Henri Cartier-Bresson.

Al instante, Sergio quedó fascinado y empezó a estudiarlo. El chileno reinterpreta y extiende el famoso concepto del “instante decisivo” como “el momento mágico“.

Con anterioridad Larraín había comprado a plazos una cámara Leica IIIC, Leica porque observó que grandes como Robert Capa y su maestro Cartier-Bresson las usaban.

Tras la pausa de sus estudios y el viaje, la depresión de Larraín empeoró tras salir de un breve servicio militar obligatorio en Chile.

Y al mismo tiempo su madre era sumamente cercana a un sacerdote particular que intentaba ayudar a los niños de la calle en Santiago.

Su padre era un apasionado de la cultura indígena y a través de él y de una amiga, la emblemática cantante Violeta Parra, Sergio Larraín despierta su conciencia social. De hecho, García-Moreno fundó el Museo Chileno de Arte Precolombino en 1981.

Larraín hizo las fotos para el libro de Violeta Parra “Cantos Folklóricos Chilenos”, escrito a partir de 1952 pero publicado póstumamente en 1979.

Podemos decir que Sergio tomó dos marcadas y distintivas características de sus padres: Por un lado, la técnica y perfección artística-laboral de su padre, y por otro, la depresión, la frialdad errática y el interés religioso-espiritual de su madre.

La religión y las filosofías orientales tendrán un importante papel en la corta carrera de Larraín, y también estarán relacionadas con su gradual abandono de la fotografía.

Cuando regresó a Chile en 1953 y pudo librarse del ejército, se juntó con su madre y colaboró en fundaciones para ayudar a las infancias en situación desamparada, en concreto, a aquellos que sobrevivían en el barrio de La Matriz de Valparaíso o debajo de los puentes del río Mapocho.

Con esto en mente, ya todo estaría servido para su primer gran e impresionante proyecto que le haría reconocido en el escenario internacional.

Retrato de Sergio Larrain

Los abandonados en Santiago: Niños del río Mapocho (1953-1957)

 

En este período Sergio Larraín trabajaba como fotógrafo freelance para un periódico de Brasil y hacía sus primeras exposiciones sin pena ni gloria en espacios locales de Santiago.

Mientras, ayudaba en las fundaciones de Hogar de Cristo y Fundación Mi Casa y tomaba por su cuenta, en sus ratos libres, fotografías de los niños que vivian en la calle.

Cuando las fundaciones observaron sus imágenes, les encargaron otras y así el artista consolidó su primer proyecto o serie de fotografías, así como su primer salto a la fama.

Se cree que incluso Alberto Hurtado, un célebre sacerdote chileno declarado santo por la Iglesia Católica, le pidió que continuara visibilizando tal problemática.

La conexión del Queco con los niños huérfanos se debe a que sintió que él mismo era como un niño marginado. Ciertamente, las imágenes son tan emotivas y cercanas que pareciera que Larraín fuera uno más del grupo.

En 1957, esos inusuales encuadres de Larraín se descubrieron en Estados Unidos cuando Edward Steichen, el entonces director del Departamento de Fotografía del MOMA de Nueva York, le compró dos fotografías.

El joven Sergio viaja por todo Chile y Latinoamérica al año siguiente.

Posteriormente recibe una beca del British Council en Londres, ciudad donde se hospeda para estudiar e iniciar su segunda serie, esta vez diferenciándose por ofrecer una serie de imágenes que transmiten de otra manera la soledad, el abandono y el anonimato.

Londres by Sergio Larraín (1958-1959)

 

Las fotografías de Londres de Sergio Larraín le han valido comparaciones con las composiciones etéreas y solitarias de Brassai y las imágenes de Robert Frank en su fotolibro “The Americans” de 1958, donde retrata la extensa idiosincrasia de la sociedad estadounidense.

Larraín mostró un lado londinense frío y distante (era invierno, además), con sujetos anónimos en el límite del encuadre.

A su manera, evidenció parte de la idiosincrasia inglesa, y haría lo mismo con la sociedad chilena entre 1954 a 1963, pero de eso hablaremos más adelante.

Con la serie de Londres atrae la atención de su ídolo Cartier-Bresson y entra a Magnum, por invitación directa del francés.

Sicilia, mafia y consolidación (1959-1960)

 

Uno de los primeros encargos de Magnum para Sergio Larraín fue ir a la zona de Palermo capital de la isla de Sicilia, Italia.

Son fotos donde se puede ver ese toque poético y mágico, quizá no su mejor serie, pero sin duda representa otro momento clave de su carrera.

Y es que mientras Larraín se hacía pasar por un turista ingenuo se ganó la simpatía del capo de la mafia buscado internacionalmente Giuseppe Genco Russo, que lo invitó a su hogar.

Larraín le tomó una foto mientras dormía y tras salir pacíficamente de la casa, por cortesía de Magnum el fotógrafo se fue del país cuanto antes.

Aquello fue muy peligroso, pero Magnum lo aprovechó para imponer más encargos con enfoque periodístico a Sergio Larraín.

Para entonces ya el chileno, con 28 años, aparecía en revistas de todo el mundo como Paris Match, Life y The New York Times.

Hizo retratos a Fidel Castro, Pelé y Pablo Neruda, y cubrió eventos como el Festival de Cine de Venecia y la boda de la emperatriz Farah Diba con el último sha de Irán Mohamed Reza Pahlevi.

La obra maestra definitiva de Sergio Larraín: Valparaíso (1954-1963)

 

Entre los años 1957 a 1967 está la etapa más prolífica y activa de Sergio Larraín. Trabajaría con Pablo Neruda y Violeta Parra e inspiró a Julio Cortázar en 1959 para escribir su cuento “Las babas del diablo“, ya que el Queco hizo una foto de París en la que, de fondo, parecía verse una pareja besándose.

Por aquellos años el Queco recorrería Inglaterra, Francia, Argentina, Perú y Bolivia y, por encima de todo, su tierra natal, para retratar lo que nadie más estaba observando.

La serie de Valparaíso es hecha sin presiones de por medio, solo por la pasión de hacer arte. De este proyecto saldrían las fotos del bar Los Siete Espejos y “La foto mágica”, su imagen más conocida.

Valparaíso se puede considerar su proyecto más largo y personal, donde auténticamente está su sello.

Sus sujetos serían pescadores, trabajadoras sexuales, perros callejeros, calles descuidadas o personas muy corrientes, pero retratadas de formas espontáneas, creativas y llamativas.

El adiós a Magnum (1968-1970)

 

 

Por sorprendente e irónico que parezca, Magnum limitó e irritó al gran Sergio Larraín.

La decepción de Larraín con la industria de la fotografía empieza desde aquella sesión de la mafia italiana por la que Magnum le solicita trabajos similares. Que quisieran encasillarse en el fotoperiodismo fue, cuando menos, poco respetuoso.

Pese a que los encargos en general saldrían bastante bien, se va creando cada vez mayor frustración en el fotógrafo, que se siente inadaptado y preso de los estándares e inmediatez agobiante que impregna en la industria.

A raíz del cuento de Cortázar, el cineasta Michelangelo Antonioni escribió y dirigió “Blow-Up” de 1966, una película de culto sobre un fotógrafo que, sin querer, retrata un crimen.

Se cree que ser relacionado con Cortázar y una película industrial fue incómodo para el Queco, pues significaba mayor fama molesta e innecesaria.

Así vino otro punto de inflexión en su vida.

A partir de entonces, las discusiones con la agencia se incrementan y poco a poco se aleja de ésta.

En correspondencia a Cartier-Bresson en 1968, Larraín escribiría:

 

Me encanta la fotografía como arte visual, así como un pintor ama la pintura. Esa es la fotografía que me gusta. Pero el trabajo que se vende, me obliga a adaptarme. Es como hacer carteles para un pintor. No me gusta hacerlo, es una pérdida de tiempo. Hacer buenas fotografías es difícil, lleva tiempo. Intenté adaptarme al grupo de ustedes. (…) Pero no puedo seguir adaptándome, por eso escribo.

 

El Queco pasó de asociado en 1959, miembro oficial en 1961 y ya en 1967, corresponsal de Magnum. Es en aquella carta del 68 al líder de Magnum que se despide de la agencia, de las revistas y, de hecho, de la fotografía, al menos al ritmo que iba.

Durante un tiempo, Larraín no hizo ninguna foto e incluso quemó gran parte de sus negativos. Se semirretiró a partir de 1968 y en 1978 su retiro fue total y permanente.

El trabajo del autor sobrevive casi intacto porque su compañero de Magnum, el titánico maestro checo-francés Josef Koudelka, conservaba copias de su obra.

Gracias a Koudelka y a Agnes Sire, curadora de Magnum y amiga de Larraín, el legado del chileno sigue vivo.

Satori (1970-2012): ¿el último proyecto?

 

 

Esta no es una serie al uso sino un gran conjunto de imágenes de la cotidianidad que hizo Larraín desde que se aisló del mundo, en una cabaña de las montañas al Norte de Chile.

Se trata de composiciones sencillas y serenas, en apariencia banales y no estaban siquiera planeadas para exhibirse. Es el último tipo de fotografía que haría el Queco y sólo las hacía como parte de su contemplación del mundo y la meditación.

Satori es un término japonés del budismo zen que se usa, entre otras cosas, para referirse a un estado de contemplación absoluta, de “observar la naturaleza de uno mismo”.

Algunas de estas fotos han sido publicadas por familiares y seres queridos como su viejo amigo Mauricio Toro Goya, compañero de meditación y también fotógrafo.

Desde 1970 hasta su muerte en 2012, con 81 años, Larraín, alias el Queco, pasó sus días escribiendo poemas, meditando, dibujando, cultivando un huerto y yendo a clases de yoga.

Rechazó todo contacto con el mundo exterior y negó casi todas las solicitudes de entrevistas, así fuera a El País, La Tercera o The New York Times. Sólo tres meses antes de su muerte concedió una entrevista.

El método y filosofía de Sergio Larraín

 

 

La soledad, la ternura, la inocencia, las casualidades, las miradas.

Larraín tenía un ojo tan afinado que sus fotos transmiten una perfección y armonía en apariencia imposibles. No es perfección técnica, ni mucho menos. De hecho, varias de sus imágenes poseen descuidos técnicos.

Algo sumamente relevante para comprender la originalidad de este fotógrafo está en sus tipos de composiciones, adrede un poco erráticas y extrañas.

En aquel entonces, la escuela de fotografía periodística y humanista que lideraba Cartier-Bresson, Capa, Robert Frank, Eugene Smith y compañía, se hacía énfasis en que el sujeto estuviera dentro del encuadre.

Pero con Larraín esto no pasaba, ya que él no quería transmitir un mensaje claro, sino sugerir, juguetear con la ambigüedad. Por eso, una de las características llamativas en su obra es que los sujetos están al límite, apenas se ven. Pone su ojo en lo que el resto no suele ver.

Patrones y texturas en el suelo. Un rostro desenfocado, una mujer al límite del encuadre y la pierna de un hombre. O esas personas anónimas, casi como fantasmas, con un cielo lleno de aves.

Dicho esto, para comprender su fotografía hace falta repasar su filosofía personal y su estilo de trabajo. ¿Cómo logró transmitir esa sensación? ¿Qué es lo que vemos cuando estamos ante la fotografía de Sergio Larraín?

 

La fotografía como ritual: ¿El cazador de milagros?

 

Sí, a Sergio Larraín le gustaba ver el proceso fotográfico como un ritual, como si fuera un sacerdote (recordemos que eso quería ser en un principio).

Para el Queco, el revelado debía ser un proceso sumamente meditativo, sereno, casi sagrado. Sin ataduras estresantes. Y tomar fotografías debía verse, asimismo, como una búsqueda de milagros.

Durante sus sesiones fotográficas, su mentalidad consistía en estar sumamente consciente de su entorno, observando cada detalle. Según la situación, se relacionaba medianamente con las demás personas, sólo para así tener un bajo perfil después.

Podía pasar horas estudiando la luz y las sombras y en base a ello elegir un encuadre ideal, así como concretar el momento en el que la iluminación fuera idónea. Además, así ajustaba los parámetros de la cámara con antelación.

Así podía sacarla un momento y guardarla inmediatamente, sin apenas llamar la atención. Conocida es su anécdota en el bar Nueve Espejos, en la que se limitó a ir varios días a sentarse a tomar cervezas, comer un sándwich y sin apenas moverse de su asiento.

O cuando pasó 15 días con el mafioso italiano, y sacó la cámara solo en los últimos días.

Esa era su estrategia: Parecer uno más y una vez que estaba seguro de que nadie notaba su presencia, hacía su magia. Socializaba, sí, pero con su toque introvertido.

Con paciencia, serenidad y bajo perfil hizo sus mejores fotos, como la icónica “Foto Mágica” o aquella con la dulce sonrisa de una muchacha ligeramente desenfocada.

 

El estilo de Sergio Larraín: breve análisis

 

El movimiento, las líneas invisibles, las sombras: Todo se junta para constituir una fotografía ambivalente, como si la cámara fuera de un ser invisible que contempla con cercanía a los demás.

Tomemos de ejemplo la mencionada “Foto Mágica”, las dos niñas de aspecto tan similar. El Queco explicó que la tomó en un “estado de gracia decisivo”: así llamaba a su especial toma de conciencia del escenario a fotografiar.

Casi como si fuera una casualidad divina, Sergio sólo vio una niña a la que pidió que bajara las escaleras, y de repente, detrás de ella, venía otra.

Lo mágico en la imagen es que las dos sean tan idénticas; desde nuestra mirada toda la imagen es hermosa porque es elegante, minimalista y misteriosa.

Presenta dos constantes en la obra de Larraín: las líneas definidas y los patrones repetidos que se rompen. De hecho, por eso al maestro Cartier-Bresson le agradaba tanto su obra, porque le recordaba, salvando las distancias, a sus propias fotografías.

Veamos. Mientras una niña parece una sombra, la otra está perfectamente iluminada. Es un encuadre partido en dos partes gracias a la luz, en la que la línea en forma de uve que se expone en la pared ayuda a que nuestro ojo se dirija a las dos niñas, que Larraín retrata cumpliendo la regla de los tercios.

El patrón se rompe al percibirse que las niñas tienen poses distintas, con una de ellas sosteniendo una botella.

Algo similar encontramos en la composición de aquella foto con unas mujeres a espaldas del fotógrafo. Dos chicas con vestidos similares, otra diferente con el rostro visible y neutral, y una mujer más, sonriente, al otro extremo de la imagen.

Lo que queda claro es que a sus fotos hay que dedicarles tiempo para comprenderlas y notar sus distintas capas de profundidad.

La foto mágica. Sergio Larrain. Valparaiso 1963

Publicaciones sobre Sergio Larraín

 

 

“Sergio Larraín, el instante eterno ” (2022) por Sebastián Moreno: Un gran documental que cuenta con entrevistas de quienes le conocieron, entre admiradores y seres queridos. Se recorre su obra, sus orígenes y su complejidad personal. El propio Larraín sale en audios e imágenes de archivo.

“Sergio Larraín. Biografía / estética / fotografía” (2012): El intelectual e historiador Gonzalo Leiva Quijada se propone contextualizar la vida de Larraín y descifrar los elementos de su obra y cómo se relacionan con su vida personal e ideales filosóficos.

“Valparaíso” (2016): Con prólogo de Pablo Neruda y edición de Agnes Sire, esta nueva edición del libro de 1991 recorre su maravilloso proyecto homónimo y lo complementa con cartas y dibujos del fotógrafo.

“Sergio Larraín, el rectángulo en la mano” (1963): Minúsculo libro de 44 páginas y 17 imágenes que pasaría a la historia por contener una sólida introducción a la obra del fotógrafo, así como a su filosofía de vida, escrito por él mismo.

 

El legado a través de sus palabras

 

Sergio Larraín era un hombre complejo. Él podía cambiar rápidamente de estado de ánimo y, por lo visto, hirió a sus seres queridos en múltiples ocasiones.

A su manera, Sergio luchaba contra sí mismo.

Y para comprender qué vemos cuando observamos su fotografía, sólo nos debemos remitir a la hermosa cita con la que hemos abierto este artículo.

Todo este tiempo, Sergio Larraín se desnudó ante nosotros porque buscó dentro de sí para regalarnos su arte, tan original e innovador. Nos lo reveló así:

“Mis fotografías sólo hubieran sido un trabajo estético, un trabajo bien hecho, algo puramente bonito, si no hubiera hecho un trabajo interno. La fotografía es más que sólo un trabajo estético. Es una forma de expresión, es el resultado de tu mundo interno en composición con la luz”.

A diferencia de Steve McCurry o Annie Leibovitz, Larraín no tuvo una extensa lista de reconocimientos o exhibiciones. La exhibición más reciente, de hecho, se dio en el año 2020 gracias a la Fundación Cartier-Bresson, que dirige Agnes Sire.

Su caso tampoco es como el de Anna Atkins o Gerda Taro, cuyas trayectorias han sido reivindicadas en tiempos recientes, a pesar de sus fallecimientos hace tanto tiempo.

El propio Larraín limitó, en vida, el número de exhibiciones, y su perfil fue tan bajo que no se le recordó más. Su obra se expone en el MoMA de New York, pero eso es todo.
En Chile, aún hoy, apenas se le conoce. Sólo en la década pasada se ha recordado poco a poco su legado en pensamiento e imágenes.

Sea como fuere, tal vez la mejor forma de despedir nuestro artículo es recordar algunas de sus sabias palabras sobre la fotografía. En una carta dirigida a su sobrino, recién interesado en este hermoso arte, escribió:

 

“Empieza a fijarte en el trabajo de otros fotógrafos, buscando calidad en todo lo que ves, libros, revistas, etc. Elige las mejores y, si puedes, recorta las buenas y pégalas en la pared junto con las que hiciste. Y si no puedes recortarlos, abre el libro o revista en la página que te guste y déjalo abierto, a la vista. Déjalos allí durante semanas o meses para que se absorban; aprenderás mucho observando. Poco a poco te irán revelando sus secretos, aprenderás lo que es bueno y verás la profundidad de cada uno. Camina y nunca te fuerces a tomar fotos porque si lo haces la poesía se perderá y la vida que contienen se paralizará. Es como forzar el amor o la amistad, es simplemente imposible”.

Sergio Larrain retrato de 1992

No te pierdas…

Preguntas frecuentes

¿Hay más fotógrafos latinos en la agencia Magnum?

De momento, sólo los brasileños Sebastião Salgado y Miguel Rio Branco y la estadounidense de padres argentinos Alessandra Sanguinetti.

¿Qué grandes fotógrafos han admirado la obra fotográfica de Sergio Larraín

Patrick Zachmann, Josef Koudelka, Sebastião Salgado y Henri Cartier-Bresson.

Hablando de conocer la vida de los fotógrafos que han hecho historia…

¿Sabes que mirar sus fotografías es la mejor manera de que las tuyas tengan alguna posibilidad de hacer historia también?

 

AQUÍ TE CONTAMOS MÁS

Psss… psss… y solo por suscribirte a nuestra fotoletter recibirás un cupón descuento de regalo… Te apuntas al pie de esta pagina.